Ilustración de portada: Catálogo 2024 por Rosal de Aquí.
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¿Por qué leer libros sobre música?
Por Bárbara Pistoia
Queridos lectores, ¡hoy cumplimos veinte años!
El mejor regalo que tenemos en este aniversario es que cumplimos y seguimos contando, no nos quedamos acá.
Gourmet Musical sigue creciendo y creyendo: contra todos los pronósticos, estamos convencidos no solo de lo que hacemos, sino de la necesidad de pensar y producir más y mejores libros sobre música. Sabemos que contamos con lectores fieles, que cada libro y autor puede traer sus propios lectores, pero también sabemos que quedan demasiadas historias por descubrir entre lectores imprevistos, curiosos, desconocidos para nosotros y nosotros para ellos. Así que nos queda tanto por hacer que vamos, al menos, por veinte años más.
Con ese deseo en alto, nos preguntamos por qué escribir, leer, compartir libros sobre música es importante. Voy a empezar por lo que podría ser la conclusión: tenemos que leer libros sobre música porque nos ayudan a leer la realidad por otros medios. Algo que necesitamos.
Leer la realidad por otros medios es quebrantar la literalidad, la endogamia, salir de los laberintos predeterminados o arengados por intereses que nos exceden pero también por algo mucho más orgánico, naturalizado: los círculos en los que nos movemos no solo son cada vez más cerrados en lo cultural, sino que están cada vez más atravesados por las capacidades de consumo. Salir de los laberintos es también hacerle un favor a nuestras almas, es a favor de nuestra capacidad de pensar, de nuestros estímulos, propósitos, y más aún, de la imaginación, de todo lo que motoriza en algún punto el deseo.
Claro que esto tiene su asterisco: de nada sirve leer libros sobre música si solo voy a leer lo que me gusta, lo que escucho, el autor que leo siempre o el autor que es mi amigo. Esto no significa no hacerlo, solo que si es lo único que hacemos estamos quedando atrapados en una lógica monótona, cómoda, abreviada. De nada sirve leer —sobre música o lo que sea— si uso la lectura para reafirmarme, si busco lecturas que descansan en corrientes predominantes, efímeras, banales, es decir, las que responden a la tendencia, las que se escriben para arañar un efecto temporal, las que se alimentan de anecdotarios personales, autopromocionales.
Quebrantar la literalidad y la endogamia es también salir de Google, recordar que —aunque el ego y la facilidad te digan lo contrario— no todo está en Internet, no todo sucede en Internet, y el éxito en Internet —lo viral, los likes, los favs, las views, etcétera— no te dan la razón ni un certificado de calidad. En la actualidad, Internet está más cerca de encerrarnos que de abrirnos mundos, aunque su peor signo sea, sin dudas, el de condensar la temporalidad: todo se mide en la línea temporal y climática que Internet ofrece. La escritura, lectura, todo lo que se alimenta entonces de ella, queda bajo el ejercicio comprensivo de un presente permanente.
Necesitamos crear nuevas formas de vivir en este mundo y de involucrarnos con lo que creemos, con lo que amamos, con lo que ocurre. Y la conversación musical propone otra forma de historiar, lo que nos levanta la mirada y nos ayuda en esa distancia a alcanzar aproximaciones que nos sorprendan, a salirnos de la locura de nuestro tiempo. Un tiempo preso del presente, atrapado en la lógica de las redes, tanto en su inmediatez como en la formulación: qué estás haciendo ahora mismo, qué está pasando ahora, qué pensás y sentís ahora. Un motor a la zoncera de creer que la historia empieza con nosotros o de solo pensarla desde la vivencia personal y particular (aunque esto último también a veces sea necesario e importante hacerlo así).
Frente a esto, los libros de música pueden ser una herramienta contracultural y democratizadora como pocas. No solo por lo obvio, es decir, no solo porque aparecen muchas voces, escenarios, fábulas, leyendas, distintas campanas de las historias artísticas y nacionales, de las historias sociales, políticas, económicas. También porque los libros de música, como un caballo de Troya, traen en su interior la prepotencia de una escucha renovada. Y en esta época, escuchar transgrede la regla.
Al apuro por opinar, al apuro por ir, al apuro por ser parte, al apuro por ser viral, a todo apuro impulsado por esa inmediatez de las redes, que encima te hizo creer que si algo no está ahí no existe o no vale la pena, la escucha de la lectura retoma un silencio que dice, que hace pausa, que no nos minimiza como lectores ni como sujetos pensantes, vivos, con pulsión propia. Estas virtudes son gratificantes porque nos regalan espacios para que sucedan nuevas comprensiones.
Parece algo poético, metafórico, simbólico, incluso cursi. Pero estoy hablando de herramientas muy concretas, con fuerza para madurar formas sociales, políticas y culturales que hagan comunidad, que restauren o provoquen lazos de bien común. Desmerecer la posibilidad de lectura de la realidad por otros medios y de nuevas formas de escuchar es no ver el poder emancipador que nos espera ahí, no por arte de magia, sino con involucramiento. Y para qué negarlo, también con un poco de incomodidad.
Para quienes la música solo es el producto que consumen esto no solo no será atractivo, será hasta un agravio si me leen diciéndoles que consumir no implica escucha, que intensidad no implica compromiso con eso que se supone escuchar, pero en realidad solo se está consumiendo. Para quienes creen que una lectura política tiene que ser partidaria o estructurarse de lleno en la rosca política, un libro de música sobre dictadura, genocidios, comunidades racializadas, religiones, y tanto más, que recupera historias, detalles, testimonios, climas sociales, recortes periodísticos, que se funda en el ejercicio de la crítica y que desemboca en hipótesis e ideas, bueno, será un desafío al que seguramente no se le animarán porque les parecerá algo menor.
Sin embargo, bienaventurados los que ven que ese no lugar al que queda destinado el libro de música —por ser muy político para los que creen que la música solo es el producto final o ser demasiado cultural para los que creen que lo político es un partido, un gobierno, el dato duro y coyuntural— es totalmente fértil. Un punto de encuentro para afinar los sentidos y dirigirlos, con atención y curiosidad, a todos esos elementos que nos forman, que tienen tanto aún para enseñarnos, para revelarnos, para decirnos de nosotros mismos —como individuos y como sociedad— aunque no sean de interés para el mercado, aunque vengan a atentar contra nuestra vanidad epocal y nos obstaculicen el correr tras el viento.
Con estas premisas, les damos la bienvenida a un nuevo newsletter de Gourmet Musical Ediciones, desde donde vamos a proponer un diálogo entre los más de cien libros que la editorial tiene publicados. Más de cien libros originales, con una diversidad que trata de no dejar fuera a nadie. Libros que responden al anhelo que dio nacimiento a Gourmet: compartir ideas que sean el resultado de un trabajo editorial minucioso.
Un libro Gourmet en una biblioteca es un libro que trae años de trabajo: primero, los autores en su soledad, luego pasan a la lectura atenta y activa del editor, una lectura que desde arriba permite ver que el catálogo no tiene nada de azaroso, más bien, confecciona mapas que se necesitan entre sí. Llegado el momento justo, el libro pasa por un proceso repetido de correcciones y revisiones hasta el último suspiro. En paralelo, se trabajan las portadas a doble mano: representando el libro en particular y engordando la identidad editorial. Todo esto se sostiene en conversaciones entre las partes con el objetivo de lograr un libro que toque fibras más allá de su momento de lanzamiento. Libros que sean los libros del año en el que alguien los agarre para leer, es decir, de cualquier año en el que sea descubierto.
Y esto funciona porque todos los que estamos acá somos grandes conversadores (y discutidores) de las músicas y todas sus implicancias, y no nos conformamos no solo con lo que dice una revista de rock, tampoco nos conformamos con nuestros gustos, rechazos, creencias e incredulidades. Queremos más: más lecturas para forjar mejores realidades.
Por lo que solo nos queda decir algo más: próximos 20 años, ¡allá vamos!
✍️🏼 Bárbara Pistoia
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20 años es también un recorrido por diferentes tecnologías, la evolución de las fotografías, no solo del salto analógico al digital, sino de las digitales y los celulares, y claro, también es una historia de ferias, desordenes, cajas que se corren, bibliotecas que se arman. Un repaso que no hace justicia pero que deja en claro que pasaron 20 años:
Este par de fotos listas para jugar al «cómo empezó / cómo va yendo»: